lunes, 13 de octubre de 2008

APRENDE A DECIR ADIOS




Cuesta toda una vida de decirle adiós a muchas cosas.
A medida que vayamos viviendo, le diremos adiós a los seres, cosas e ideas queridos. Y al final, le decimos adiós a la vida misma con nuestra muerte.

Aprende a decir adiós.
Permítete llorar cada pérdida.
Lo mismo que con una herida física, el cuerpo tiene su propio ritmo para curarse.
El cuerpo te dirá cuándo está curado.Comprender el proceso de recuperación de una herida emocional es algo valioso (aunque no necesariamente una técnica para acelerar el proceso de recuperación).
pero sobre todo es como una garantía para que sepas que, cualquiera que sea la fase en que te encuentres del proceso, todo se desarrolla con normalidad.Hay tres fases distintas, aunque imbricadas unas con otras, en el proceso de recuperación. Nosotros experimentamos cada una de estas fases independientemente de la pérdida que hayamos sufrido.

La única diferencia es la intensidad del sentimiento y la duración. Cuando se trata de una pérdida de poca importancia pasamos por las tres etapas, en cuestión de unos pocos minutos.
Pero si se trata de una pérdida muy grande, el proceso de recuperación puede durar años.La primera fase es la de shock/negación. Nuestro cuerpo y nuestras emociones se vuelven insensibles al dolor. La mente se niega a aceptar la realidad. A menudo, las primeras palabras que proferimos al enterarnos de la pérdida son: "Oh, no, no es verdad" o "No, no puede ser".La segunda fase es la rabia/depresión. La persona o cosa causante de la pérdida nos hace sentir enojados (incluída la persona perdida). A menudo volvemos la rabia en contra nuestra y nos sentimos culpables por lo que hicimos o no (el hecho de querer darle la culpa a los demás o a nosotros mismos no siempre es racional). La fase depresiva de la pérdida es la tristeza que la acompaña a menudo: las lágrimas, el dolor, la desolación. Tenemos miedo de que nunca más volveremos a querer o a ser queridos.La tercera fase es la comprensión/aceptación. Nos damos cuenta de que la vida sigue, que la pérdida es algo consubstancial a la vida y que nuestra vida puede y será completa sin la presencia de aquello que se perdió. También nos damos cuenta de que, al vivir las dos primeras etapas de la recuperación, hemos aprendido muchísimo acerca de nosotros mismos, que nos hemos hecho mejores personas por la experiencia que hemos adquirido.
Si no nos damos el tiempo y la libertad necesarios para curarnos, una parte de nuestra capacidad para vivir la vida se congela, se vuelve inservible para los grandes sentimientos que parecen gustarnos tanto: felicidad, alegría, contento, amor, paz.

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