martes, 22 de abril de 2014
SINCERIDAD O IMPRUDENCIA
La sinceridad es buena, pero debe ir acompañada de la prudencia.
Seamos prudentes a la hora de hablar y escribir en nuestros muros personales. Nos evitaremos muchos problemas y nos percibirán como más consideradas, amables y maduras.
El don de la prudencia nos llena de satisfacción personal y paz para con todos los que nos rodean, nos muestra como personas consideradas, amables, y maduras. Pero cuando hablamos de más, o sin cautela, nos arriesgamos a que nos malinterpreten, a crear en los demás una imagen distorsionada de nuestra forma de ser. Y es que no es necesario decirle a la gente TODO lo que pasa por nuestra mente.
A veces confundimos ser sinceros con ser imprudentes. Por eso, veamos lo que significan ambas palabras:
Ser sinceras es no tener fingimiento en las cosas que se dicen o en lo que se hace.
Ser imprudente significa actuar sin moderación o con insensatez, causando inconvenientes, dificultades o daños.
Practicar la sinceridad sin la prudencia puede destruir en vez de edificar, ofender en vez de animar, separar en vez de unir y hasta romper lo que debería permanecer siempre unido (como los matrimonios, las amistades, las relaciones familiares, e incluso nuestros vínculos laborales o de negocios). Por eso, contengamos nuestra boca de pronunciar palabras de juicio y de crítica, de hablar vanidades y temas intrascendentes.
Sinceridad sin prudencia
Convirtámonos en mujeres que marcan la diferencia escuchando y meditando en las palabras que nos expresan. Y cuando opinemos, revisemos con honestidad lo que tenemos guardado en nuestro corazón (si lo que tenemos son sentimientos negativos tales como envidias, resentimientos, frustraciones…, o por el contrario, sentimientos positivos como el amor, el perdón, la ternura, la bondad…) ya que lo que sale por nuestra boca es el reflejo de nuestra vida interior.
Hablar con la cabeza hueca
Una frase célebre dice: “Una persona sabia, incluso cuando calla, dice más que una necia cuando habla.” Nuestra vida, sin duda, será más sencilla y llevadera si practicáramos este principio: hablar sólo cuando sea estrictamente necesario, teniendo plena conciencia de que cada vez que hablamos, nuestras palabras dejan de ser sólo nuestras y pasan a ser de aquellos que las escuchan.
También recordemos que una vez que cometemos una imprudencia (aún sin darnos cuenta), pedir disculpas no siempre basta para revertir el daño causado, así que de ahora en adelante procuremos ser mujeres que asumen su vida con prudencia, porque esto traerá como resultado disfrutar de la paz y aprecio de todos los que nos rodean.
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