Te cuestionas en esas noches en que el cansancio está en tu cuerpo, en tu alma, después de un arduo día de trabajo, la vida que vives te llena de estrés, muchas veces de emociones fuertes, piensas una y otra vez, te preguntas ¿estoy viviendo? ¿esto es vida?
Muchas veces llega a ti ese sentir de tristeza, de cansancio, de querer traspasar fronteras, nubes, ensueños, esos sueños en donde eres la princesa del cuento y vives rodeada de lujos, de cosas bellas que toda mujer ambiciona tener, un príncipe azul que te rodea de cariño, de halagos, de mimos
Pero abres los ojos y ves tu realidad, ahí a tu lado, ese hombre del cual te enamoraste, dormido en tu lecho, cansado también de batallar en la vida por su familia, por los seres que ama, con sus defectos y virtudes, pero lleno de entrega, de amor, quizás en ese momento anhelas despertarle y decirle “¡estoy viva! ¡Abrázame, dame un beso!” pero le miras tan cansado como tú lo estás en ese momento y sólo atinas a rodear tus brazos en tu cuerpo y darte ese abrazo que anhelas de él.
En sus camitas, dormidos, plácidamente tus niños, esos seres que te llenan de alegrías, de besos, también de momentos en que quisieras tener mil manos para cuidarlos, protegerlos del mundo, de travesuras que te sacan de quicio.
Entonces, te das cuenta que la monotonía de tu vida, envuelta en ires y venires se convierte en deseos de tener la suficiente fuerza y salud para estar a su lado noche y día.
Amas, amas con tal plenitud que quisieras tener alas y volar a cada lugar en donde tus seres amados están, entrar en sus pensamientos y conocer cada latido de su corazón, amarlos más aún del amor que les das.
“¡Esa es la felicidad!“ — te respondes con ternura, el sentir a tu lado esa piel que te envuelve en momentos de pasión, de ternura, quien besa tu frente cuando estás dormida. Te levantas y vas a contemplar a tus niños dormidos, les das ese beso de todas tus noches y regresas al lecho con tu esposo, le arropas con dulzura y amor, te pegas a su cuerpo para sentir su calor y él, al sentirte a su lado te abraza con ternura, recuestas tu rostro en su pecho y dices ¡gracias Dios mío! y te duermes con esa placidez que te da el saber que amas y eres amada.
La vida a veces es dura y difícil con nosotras, con los seres que amamos, con ese entorno que nos rodea, pero si la vivimos de manera tal que las emociones y sentimientos sean compartidos, uniendo entre sí ese núcleo familiar, abrazando las tristezas, compartiendo lo poco o mucho que llegue al hogar en completa armonía, con nuestro Dios en medio del hogar como pilar fuerte de ese hogar amado, tan tuyo, entonces sabremos que la felicidad sí está en nuestras vidas.
Muchas veces llega a ti ese sentir de tristeza, de cansancio, de querer traspasar fronteras, nubes, ensueños, esos sueños en donde eres la princesa del cuento y vives rodeada de lujos, de cosas bellas que toda mujer ambiciona tener, un príncipe azul que te rodea de cariño, de halagos, de mimos
Pero abres los ojos y ves tu realidad, ahí a tu lado, ese hombre del cual te enamoraste, dormido en tu lecho, cansado también de batallar en la vida por su familia, por los seres que ama, con sus defectos y virtudes, pero lleno de entrega, de amor, quizás en ese momento anhelas despertarle y decirle “¡estoy viva! ¡Abrázame, dame un beso!” pero le miras tan cansado como tú lo estás en ese momento y sólo atinas a rodear tus brazos en tu cuerpo y darte ese abrazo que anhelas de él.
En sus camitas, dormidos, plácidamente tus niños, esos seres que te llenan de alegrías, de besos, también de momentos en que quisieras tener mil manos para cuidarlos, protegerlos del mundo, de travesuras que te sacan de quicio.
Entonces, te das cuenta que la monotonía de tu vida, envuelta en ires y venires se convierte en deseos de tener la suficiente fuerza y salud para estar a su lado noche y día.
Amas, amas con tal plenitud que quisieras tener alas y volar a cada lugar en donde tus seres amados están, entrar en sus pensamientos y conocer cada latido de su corazón, amarlos más aún del amor que les das.
“¡Esa es la felicidad!“ — te respondes con ternura, el sentir a tu lado esa piel que te envuelve en momentos de pasión, de ternura, quien besa tu frente cuando estás dormida. Te levantas y vas a contemplar a tus niños dormidos, les das ese beso de todas tus noches y regresas al lecho con tu esposo, le arropas con dulzura y amor, te pegas a su cuerpo para sentir su calor y él, al sentirte a su lado te abraza con ternura, recuestas tu rostro en su pecho y dices ¡gracias Dios mío! y te duermes con esa placidez que te da el saber que amas y eres amada.
La vida a veces es dura y difícil con nosotras, con los seres que amamos, con ese entorno que nos rodea, pero si la vivimos de manera tal que las emociones y sentimientos sean compartidos, uniendo entre sí ese núcleo familiar, abrazando las tristezas, compartiendo lo poco o mucho que llegue al hogar en completa armonía, con nuestro Dios en medio del hogar como pilar fuerte de ese hogar amado, tan tuyo, entonces sabremos que la felicidad sí está en nuestras vidas.
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