No vale la pena preocuparse por cosas que tal vez no acontezcan, ni llorar por lo que ya pasó. No vale la pena pelear contra lo inevitable o sufrir por lo que a tu parecer no tiene solución. Hacerlo te hace perder tiempo, retrasa tu caminar por la vida, te llena de ansiedad. Y ansiosos o desesperados, no podemos hacer la voluntad de Dios; porque para eso tenemos que confiar en que Él tiene cuidado de nosotros. La ansiedad, ese estado de agitación e inquietud que te está robando la paz, que te está cargando emocionalmente, te está destruyendo lentamente. La ansiedad afecta la salud física, mental y espiritual. Jamás había visto yo tanta gente enferma por la ansiedad. La ansiedad hace que la gente se consuma por dentro. A mucha gente la ansiedad le quita el apetito, a otras le da por comer demás, sin realmente tener hambre. Sé de personas que no duermen y de otras que no pueden pensar bien o que todo se les olvida. La ansiedad o el desespero también pueden cambiar nuestro carácter o actitud, nos pueden tornar agresivos o violentos.No saber esperar, nos llena de ansiedad y eso, amados, nos causa fatiga mental. Tan es así que en el Salmo 119:28 el Salmista dice: "Mi alma se deshace de ansiedad, susténtame en tu palabra". Y es así, la ansiedad hace que sintamos que nos deshacemos por dentro. Quisiéramos resolver las situaciones en un santiamén, sin encomendarnos a nadie. La ansiedad produce impaciencia, y echamos a perder las cosas por no saber esperar en el Señor. ¿Sabes qué indica la impaciencia? Indica falta de confianza en el dominio soberano de Dios. Con nuestras decisiones apresuradas demostramos que en realidad, no creemos que nuestro Dios controla cada circunstancia de nuestras vidas. La ansiedad nos trae tropiezos, pues en nuestra desesperación tomamos decisiones equivocadas, que nos alejan de los planes de Dios y caemos en desobediencia. En medio de esas ansiedades que nos traen las presiones del mundo - que si el carro, el trabajo, los estudios, la familia, la enfermedad, etc.; el orgullo y la soberbia pueden acrecentarse y hacernos tambalear en la fe. ¿Ponernos ansiosos?… ¡Bah, no vale la pena!En momentos de pruebas, o circunstancias que pueden traer ansiedad a nuestras vidas, debemos ser como los niños que corren a refugiarse en los brazos de su madre, en los brazos de quien los haga sentirse seguros, amados, protegidos. Corre a los brazos de Cristo. No hay lugar más seguro donde puedas encontrar refugio, seguridad y amor. Sus brazos siempre estarán listos para recibirte y calmar tu ansiedad. No vale la pena ponernos ansiosos, esto en nada nos resolverá la situación, sino, todo lo contrario, la empeorará. Lo que sí vale la pena es confiar en Cristo, ese sí te dará siempre la perfecta solución.Receta: "Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros." (1 Pedro 5:6-7 )
lunes, 10 de marzo de 2008
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1 comentario:
que buenas palabras!
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