martes, 16 de marzo de 2010
LA MUJER SOMETIDA...
La necesidad de los hombres de controlar a las mujeres ha sido tal, que le ha llevado desde los tiempos antiguos a privarlas de sus valores más fundamentales.
La historia de las mujeres, es decir, de más de la mitad de la humanidad, apenas aparece reflejada en los libros de texto. Durante siglos ha sido silenciada y tan sólo en algunos casos aparecen personajes femeninos rodeados de un halo de misterio.
La cultura masculina ha tiranizado las relaciones entre géneros imponiendo su autoridad en todos los ámbitos: sociales, religiosos, políticos y culturales. De ahí que aún hoy día la mujer sufra una constante discriminación que sigue negando la igualdad de derechos con respecto a los hombres. La tortura de mujeres, tanto en el ámbito doméstico como en el institucional, es una práctica cotidiana. Amnistía Internacional no cesa de denunciar las innumerables ocasiones en las que los autores de los actos de violencia son policías, agentes del Estado, soldados de diferentes facciones. En países en desarrollo, como Kenia, las mujeres tienen miedo de denunciar el haber sido violadas por la reacción de la propia comunidad. Los campamentos de refugiados son escenarios de todo tipo de atrocidades contra las mujeres, que siempre se llevan la peor parte. De todos son conocidas las consecuencias de las limpiezas étnicas practicadas en países como Bosnia-Herzegovina. En gran medida las mujeres son consideradas como un botín de guerra; el bando ganador busca la humillación para el vencido sometiendo a sus mujeres. Los datos de ventas de mujeres son escalofriantes. Según el Fondo de Población de Naciones Unidas, se estima que cada año dos millones de niñas entre cinco y quince años de edad son incorporadas al mercado comercial del sexo, y alrededor de unos 4 millones de mujeres y niñas son vendidas, con destino al matrimonio, la esclavitud o la prostitución. Muchas de ellas son engañadas por los tratantes con promesas de empleo.
En el mundo hay más de 130 millones de mujeres mutiladas y cada año esta cifra aumenta en dos millones. Normalmente son niñas entre cuatro y doce años que, en condiciones ínfimas de higiene y seguridad, sufren la ablación de clítoris. En algunos países llegan incluso a coser sus labios mayores. Cuando la muchacha contrae matrimonio la costura se corta un poco para permitir el acto sexual, y luego, para que pueda dar a luz.
La lista de actos violentos contra la mujer es interminable, y está llena de nombres y apellidos, de situaciones familiares, de caras marcadas por el horror. Según un Informe sobre el Desarrollo Humano de Naciones Unidas, de los 1300 millones de personas que viven en una pobreza absoluta, el 70% son mujeres.
En el mundo hay más de 130 millones de mujeres mutiladas y cada año esta cifra aumenta en dos millones.
En los países desarrollados que viven bajo una aparente igualdad de derechos para hombres y mujeres, la discriminación está a la orden del día, aunque se presente de maneras más sutiles. "Ahora se ha maquillado el machismo y existe el neomachismo. En España no existe la ablación, pero las mujeres se llenan de cicatrices, someten a su cuerpo a un concepto de la estética y la belleza que no deciden ellas y que responde a un canon establecido, a un canon masculino". La que habla de forma contundente es Cristina del Valle. Esta conocida cantante es miembro de la Plataforma de Mujeres Artistas, y trabaja de forma continuada en apoyo a la mujer, en especial a las víctimas de los malos tratos.
La sociedad envía a las mujeres un mensaje claro en el que destaca que lo valioso es su físico y potencia la imagen de la mujer como un símbolo sexual. Aparece constantemente en medios de comunicación como un objeto de consumo que ha de preservar su aspecto físico para agradar al hombre. Por otra parte, las mujeres tienen mayor dificultad para acceder a determinados puestos de trabajo, cobran menos que un hombre con la misma función, y en ocasiones desarrollan en realidad dos jornadas laborales, una en su propio hogar con las labores domésticas y el cuidado de los hijos, y otra fuera de casa. Al maltrato físico, que llena las portadas de medios de comunicación hay que añadir el psicológico. "El maltrato físico es más fácil de evitar porque es más evidente. El psicológico es difícil de detectar, pero está a la orden del día. Cuanta más conciencia de género tengas resulta más fácil darse cuenta", añade Cristina del Valle.
Los códigos masculinos son los que marcan todos los sectores políticos, económicos y sociales. Todavía escasean las mujeres en ámbitos de poder y muchas de las que lo han conseguido ha sido a base de utilizar a su vez los códigos masculinos. Lo que es peor, la mujer los ha asimilado en gran parte de los casos como algo natural.
Como consecuencia de todo ello la mujer vive bajo la dominación masculina en gran parte de los aspectos más elementales que rodean su vida. La falta de autoestima y la dependencia del hombre son algunas de las secuelas que arrastra. De ahí que se conforme con modelos creados especialmente para ella, en los que prima la seguridad y no se lanza a desarrollar las capacidades que posee.
Cuando se mira hacia atrás lo que encontramos es que la historia de las mujeres ha estado marcada por la invisibilidad más absoluta y por el silencio. La historia no sólo la han protagonizado los hombres, sino que además ha sido contada por ellos. Los Estudios de Mujeres, que vienen desarrollándose en los últimos treinta años, se cuestionan la Historia tradicional androcéntrica y abordan la investigación del pasado desde perspectivas teóricas y metodológicas de género, que recuperan la presencia y la voz de las mujeres para construir una historia más integradora.
Para Amparo Pedregal, especialista en Historia Antigua, "el sometimiento de las mujeres no es algo inherente a su naturaleza, no es algo que haya que aceptar como inmutable, sino que es una construcción social, histórica, que tiene un principio en el tiempo y que, en consecuencia puede tener un final".
En el reparto de funciones las mujeres aparecen vinculadas al ámbito doméstico, mientras que los hombres se adjudican el ámbito público, copan los puestos destacados en política, ejercen el control económico y por supuesto realizan un trabajo remunerado.
"Desde la antigüedad la sociedad es patriarcal, es decir, que sus valores y sus estructuras están definidas y marcadas en función de los criterios masculinos. En ella, la mujer es considerada como una eterna niña siempre bajo la tutela de un hombre, por supuesto apartada de las instancias de poder".
También al hombre se le atribuye la producción cultural, la capacidad de iniciativa y en términos resumidos la creación. Así mientras el hombre crea la mujer procrea. La propia mujer asume este reparto de papeles que, por otro lado, las religiones se encargan de ratificar como designio de los dioses y como tales se convierten en bases inviolables e intocables. "Si en la relación entre hombres y mujeres se dictamina que la mujer va a tener un papel relegado porque es débil, que está condicionada por su maternidad, que es su función fundamental y a eso le añadimos que se presenta como algo sancionado por la voluntad de los dioses, es más difícil luchar contra esto, pues para la mujer significaría incurrir en la ira divina, de lo que pueden derivarse consecuencias terribles".
El sometimiento de las mujeres no es algo inherente a su naturaleza, no es algo que haya que aceptar como inmutable. Tuvo un principio y puede tener un final.
En general en la sociedad, la religión ha ido siempre de la mano de la ideología dominante y con respecto a las mujeres ha venido a ratificar esa desigual estructura social. En los orígenes del cristianismo la mujer tuvo un papel importante, Jesús de Nazaret se rodeó de mujeres a las que trató sin distinción. Pero el mensaje radical y liberador de esa época se fue suavizando y acomodando para poder insertarse en otras sociedades como la romana o la griega en donde las mujeres no tenían un papel protagonista. "En la misma medida que el cristianismo se fue adaptando, se fue patriarcalizando, dejó de ser una religión perseguida y acabó convirtiéndose en religión oficial del imperio tres siglos después. Cedió terreno en aquello que no parecía importante, en lo que no iba contra el núcleo dogmático de la fe, y a partir de ahí fue definiendo unos modelos de mujer: la santa, la pecadora, la virgen, la viuda", explica Amparo Pedregal.
De esta manera el modelo a seguir de las mujeres cristianas y que de alguna forma impregna nuestra cultura es el de María, una mujer virgen y madre a la vez, algo inviable y que ha creado un sentimiento de culpabilidad y frustración en muchas mujeres.
De Mahoma también se dice que fue respetuoso y liberal con las mujeres, sin embargo la interpretación islámica de las escrituras restringió de forma brutal los derechos femeninos hasta prácticamente convertirlas en esclavas de los hombres.
La influencia de la religión cobra una dimensión trágica en el terreno de la sexualidad femenina. Esta siempre se ha intentado controlar por estar asociada a la institución del matrimonio y a la procreación dentro del marco establecido: la familia. Debido a la tradición judeo-cristiana la sexualidad femenina se ha adjetivado como algo negativo, malo, descontrolado que podía además generar problemas de diversa índole. "Es una sexualidad muy centrada en la penetración y en el tema de la reproducción. Se entendió también que la sexualidad de las mujeres no era tan explícita como la de los varones, que no teníamos tantas necesidades como ellos... se fue creando toda una mitología en torno a este tema, que unida al desconocimiento y a la prohibición, ha hecho que las mujeres nos tocásemos menos, desconociésemos nuestro deseo y nuestras posibilidades", comenta Pilar Sampedro, sexóloga.
El sexo ha sido un tema tabú para las mujeres y el castigado más severamente en caso de infracción. Las ablaciones de clítoris y las lapidaciones de mujeres que cometen adulterio siguen practicándose en determinadas sociedades. En Sudán, el gobierno militar introdujo en 1991 la amputación y el castigo de azotes para mujeres que no vistan ropas consideradas decentes y en Irán los latigazos se usan para el mismo fin.
Y aunque a día de hoy en nuestra sociedad la inhibición femenina en las prácticas sexuales está desapareciendo y poco a poco se asume un papel más activo en las relaciones, todavía son muchas las secuelas que arrastran las mujeres. En este terreno todavía se espera que el hombre tome la iniciativa y marque las pautas de las relaciones sexuales. Esto influye en el desarrollo normalizado de las relaciones. Según Sampedro "la dificultad que experimentan gran parte de las mujeres para llegar al orgasmo en sus relaciones sexuales se debe a varias razones, por un lado al desconocimiento a nivel físico de su cuerpo, y por otro a que las relaciones de penetración son muy rápidas y muchas mujeres necesitan una estimulación directa o indirecta del clítoris, mientras que la estimulación sigue siendo muy centrada en el mundo masculino".
La mujer de hoy tiene una asignatura pendiente fruto de los años de sometimiento, y es descubrirse a ella misma.
Todavía en países del Tercer Mundo la influencia de la Iglesia Católica y el Fundamentalismo Islámico niega el derecho del individuo a una vida sexual libre y satisfactoria. La mujer no tiene libertad a la hora de elegir el número de hijos que desea tener, y en muchos países precisa del consentimiento del varón para acceder a medios anticonceptivos. Un dato alarmante señala que anualmente 5'8 millones de personas se convierten en portadoras del VIH y 2'5 millones mueren de Sida mientras la Iglesia Católica sigue obstruyendo el uso de condones, esenciales en la prevención del VIH.
En este sentido un colectivo católico progresista en su campaña "See Change" destacaba la necesidad de cambiar el estatus del Vaticano en la ONU para contrarrestar el recorte de los derechos sexuales. "La Santa Sede limita el acceso a la planificación familiar, al aborto en los países donde es legal y a los anticonceptivos de emergencia, incluso para los casos de mujeres violadas durante la guerra. En este marco, cada año mueren innecesariamente 600.000 mujeres durante el embarazo y el parto." La maternidad se convierte en muchos casos en un arma de opresión para la mujer. Una obligación impuesta por su condición biológica e instrumentalizada por las diferentes sociedades que pretenden reducir a la mujer a ser una productora de miembros de la comunidad. Y mejor si estos son varones, pues en el continente asiático, por citar un ejemplo, vale más un hombre que una mujer y se practica con frecuencia el aborto selectivo en función del sexo.
En las sociedades desarrolladas aunque la mujer puede elegir sobre su maternidad, ésta sigue siendo un handicap para muchas mujeres. Resulta muy difícil, por no decir imposible, compaginar la maternidad con una vida laboral remunerada y se espera de ella una dedicación absoluta al cuidado de los hijos. Lo que de forma natural es una experiencia enriquecedora y gratificante para la mujer puede suponer una pérdida de su libertad si contempla que su fin como mujer y su propia felicidad está en función de crear una familia.
La mujer de hoy tiene una asignatura pendiente, fruto de los años de sometimiento, y es descubrirse a ella misma con independencia de las circunstancias en las que elija vivir: en pareja, con una familia o sola. ∆
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