El entrecortado aliento de un sueño, me abre las puertas del infinito. Yo no solía soñar, no me estaba permitido. Metalizada en mi realidad, los sueños eran para mí divagues de gente que no pisaba el suelo. Los divagantes, al poco tiempo me demostraron que tenían agallas. Que tenían valor y valores, que no es poca cosa.
La cobarde era yo. Pero como aprender, a soñar si nunca me habían enseñado. Descubrí al poco tiempo que no tenían que enseñarme… Los sueños son propios personales y únicos de cada ser humano. Sólo debía conectarme conmigo misma, escucharme.
Respetarme, aunque los demás no lo habían hecho y habían coartado esta sensación en mí. Los sueños nacen del alma, del deseo de algo que sentimos que podemos lograr ante todo y ante todos. Los sueños, son esa maravillosa sensación de que se puede lograr lo que anida en el corazón, te hincha el pecho y simplemente te hace sonreír con los ojos cerrados.
Es una vibración que desarruga el entrecejo, nos aliviana, y nos lleva a dar el gran paso… Con esfuerzo la mayoría de las veces, el problema radica que para quien nunca se permitió soñar, cuando esta sensación llega nos asusta y nos negamos a sentirla.
El pánico nos paraliza y sacudiendo la cabeza nos llega la mirada que nos cegaba, el dedo acusador de que las cosas son como son y seguimos secos por la vida. Me costó mucho tirar esa idea a la basura, papelera de reciclaje, porque lamentablemente aun se puede recuperarse ese miedo, que nos hace negarnos la idea de que si se puede.
De a poco me voy descubriendo, me permito algún que otro sueño, alguna que otra fantasía pero siempre con el efecto doblegado del ¡no!
Cuesta deshacerse de los fantasmas que nos guiaron. Que nos castraron la libertad de sentirnos, de conocernos, de sabernos.
Pero de a poco despliego mis alas, aun tengo miedo, y más miedo aún, me da enfrentarme a mis propios miedos. Me siento como un árbol talado a punto de dar flores. Los hachazos me dejaron como un cerco cortado perfectamente prolijo, mas cuanto me gusta ver en esos cercos alguna rebelde rama asomando a pesar de la talada.
Quiero florecer, sin nadie que me corte la esperanza de que lo que sueño, es mío, y nadie tiene el derecho a frustrarme, necesito el valor, los sueños están asomando, la rebelión se está desatando y yo me estoy respetando.
La vida es extraña, nos asalta a la vuelta de la esquina: la realidad, los fracasos, las desilusiones, pero también nos puede arribar sorprendentemente algo bueno que por pequeño que sea, ya es inmenso para mi corta perspectiva aun maniatada por el no se puede, ¡no se debe!
Yo quiero y debo por lealtad a mí misma permitirme soñar, y decirles a los otros tantos maniatados como yo que se puede, que se debe. Que es casi obligación para ser libres, para ser uno, para expandirse sin miedos, ni vergüenzas, ni ataduras, soñar, soñar, es la llave para crecer y darles a los que amamos la libertad de hacerlo. Ese es el mejor regalo para nosotros y para todos aquellos… Que se atrevan a soñar.
La cobarde era yo. Pero como aprender, a soñar si nunca me habían enseñado. Descubrí al poco tiempo que no tenían que enseñarme… Los sueños son propios personales y únicos de cada ser humano. Sólo debía conectarme conmigo misma, escucharme.
Respetarme, aunque los demás no lo habían hecho y habían coartado esta sensación en mí. Los sueños nacen del alma, del deseo de algo que sentimos que podemos lograr ante todo y ante todos. Los sueños, son esa maravillosa sensación de que se puede lograr lo que anida en el corazón, te hincha el pecho y simplemente te hace sonreír con los ojos cerrados.
Es una vibración que desarruga el entrecejo, nos aliviana, y nos lleva a dar el gran paso… Con esfuerzo la mayoría de las veces, el problema radica que para quien nunca se permitió soñar, cuando esta sensación llega nos asusta y nos negamos a sentirla.
El pánico nos paraliza y sacudiendo la cabeza nos llega la mirada que nos cegaba, el dedo acusador de que las cosas son como son y seguimos secos por la vida. Me costó mucho tirar esa idea a la basura, papelera de reciclaje, porque lamentablemente aun se puede recuperarse ese miedo, que nos hace negarnos la idea de que si se puede.
De a poco me voy descubriendo, me permito algún que otro sueño, alguna que otra fantasía pero siempre con el efecto doblegado del ¡no!
Cuesta deshacerse de los fantasmas que nos guiaron. Que nos castraron la libertad de sentirnos, de conocernos, de sabernos.
Pero de a poco despliego mis alas, aun tengo miedo, y más miedo aún, me da enfrentarme a mis propios miedos. Me siento como un árbol talado a punto de dar flores. Los hachazos me dejaron como un cerco cortado perfectamente prolijo, mas cuanto me gusta ver en esos cercos alguna rebelde rama asomando a pesar de la talada.
Quiero florecer, sin nadie que me corte la esperanza de que lo que sueño, es mío, y nadie tiene el derecho a frustrarme, necesito el valor, los sueños están asomando, la rebelión se está desatando y yo me estoy respetando.
La vida es extraña, nos asalta a la vuelta de la esquina: la realidad, los fracasos, las desilusiones, pero también nos puede arribar sorprendentemente algo bueno que por pequeño que sea, ya es inmenso para mi corta perspectiva aun maniatada por el no se puede, ¡no se debe!
Yo quiero y debo por lealtad a mí misma permitirme soñar, y decirles a los otros tantos maniatados como yo que se puede, que se debe. Que es casi obligación para ser libres, para ser uno, para expandirse sin miedos, ni vergüenzas, ni ataduras, soñar, soñar, es la llave para crecer y darles a los que amamos la libertad de hacerlo. Ese es el mejor regalo para nosotros y para todos aquellos… Que se atrevan a soñar.
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